martes, 25 de noviembre de 2008

LA PARADOJA


Los seres humanos a veces se comportan como gusanos, son especie de generación tardía donde la indiferencia hizo nido para la mutación. Mundo infinito creado por Dios para ofrecer un lugarcito tibio a los vivientes, incluyendo a los gusanos, que exceptuando por la repulsión que causan, debieran tener mejor calificativo y en la soberana comparación ganan en clemencia ante los ojos del Señor.
Yo lo vi.
En una calle de esas de ciudad grande que son de todos o de nadie; pero anchas y libres para hombres, para gusanos, para bestias y para el amor, yo lo vi. Digo de ese amor que anda suelto cabalgando lo mismo sobre elegantes de leontinas de oro, que susurrando dádivas entre harapos, digo de ese amor para no confundir a los gusanos. Así es el mundo. Grande y pequeño. Amplio y estrecho. Entero y roto. Donde todo cabe y todos cabemos, al menos así debía
ser.
Yo lo vi.
Un viejo extraño y ajado, con los ojos demasiado grandes para sus órbitas pequeñas, tal vez por el hambre o el frío, quizás por el desamor. No pedía dádivas el triste viejo, las recogía de lo que sobraba de las sobras que otros dejaban. Infeliz viejo sin nombre, sin calle. Feliz viejo estoico de sonrisa maltrecha, inocente y ajeno.
Yo lo vi. La prepotencia enfundada en traje de hombre; hombre despiadado y miserable sin la funda de su traje. La boca grande como fauce mascullando ofensas al desvalido.Tiranozuelo tonto creyéndose Dios y oliendo a colonia cara. Cerró esposas en las frágiles muñecas del vagabundo; un volcán sucio de improperios fluyendo de las fauces abiertas y babeantes: "Prohibido recoger dádivas. Contravención al orden. Desvergüenza para la calle. Mancha para la sociedad. Hedor para el aire."
Yo lo oí.
Y el gran ser humano bajo los harapos llevado en andas.Y el pobre viejo sin calle conducido por la fuerza.Y el pobre hombre cubriendo su vergüenza con excusas mientras los ojos marchitos relampagueban. Era una cacería para el buen nombre de la calle de todos y de nadie. La fiera conduciendo al hombre para ser devorado por el desamparo. Era la soberbia y prepotencia de un gusano que parecía humano llenándose de euforia por un acto de seguridad.
Yo lo vi.
La calle se puso triste como si una carroza fúnebre condujera a un rey muerto hasta la cripta de mármol. Un silencio respetuoso acalló la orgía.
Yo lo sentí.
En la otra esquina donde competían el oro y el brillo, un pillo cualquiera traficaba con el pudor y se guardaba el dinero maloliente.Y siguió pisando firme sobre la calle de todos, sin bestias ni hombres tras sus espaldas anchas y su estómago repleto.
Yo lo vi.
Dicen que el mundo es ancho. Dicen que la calle es de todos. El andén perfumado se cubrió de un vómito violeta.
Yo lo olí.

No hay comentarios: