martes, 25 de noviembre de 2008

LA ENCRUCIJADA


Mi vieja maestra, mi ejemplo diáfano de la infancia, me enseñó a leer temprano. Con las letras, los números y la instrucción, me colmó de valores tan auténticos como inolvidables. Junto a mis calificaciones diarias jamás olvidaba añadir un mensaje para la Patria. De ella aprendí a encontrar la asencia de la arrogancia de ser cubana y las lecciones eternas de que un buen patriota tiene dos madres: la que le dio el ser y la tierra donde nació; y que es cobarde y vil quien las abandona.

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Crecí. Seguí sus pasos. Me hice maestra.

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Las huellas de mi primera maestra hicieron sendas en mi vivir. Ejemplo de valores para las nuevas simientes se tornó mi hacer, que comenzaba por el amor grande a la Patria que funda trincheras impenetrables y el amor al suelo donde se nace como el más auténtico y altruista. Como yo en mi maestra, el reflejo de ella en otros niños a través de mí.

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Me hice vieja, cobarde y vil.

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Un día cualquiera el retorno. En una calleja de mi pueblo viejo y querido, por donde mis pies saben de andar descalzos y que mis ojos recorren hasta vendados: el encuentro con la maestra de antaño, vieja como las lecciones en mi diario; pero tan digna, bella y luminosa ante mis ojos, como aquel lejano día en que me enseñó la primera letra. Al mirarme en sus ojos supe que un orgullo estoico le inundaba el pecho. " Oh, alumna que superó a la maestra ! Cuéntame de ti. ¿Continúas viviendo donde mismo? ¿ Cómo ta ha ido? Siempre supe que no me fallarías" Mi maestra no sabía... Cambié la mirada porque en sus ojos mi cobardía no cabía y no quise lastimar su orgullo. " Sigo. Me ha ido " - Le dije- Me quedé sin palabras, como ahora sin letras cuando escribo. Un abrazo en silencio fue la despedida.Yo sentí su cuerpo menudo entre mis brazos como si fuera una violeta y tuve miedo de lastimarla.

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Otro día, no cualquiera. Mujeres recién crecidas que fueron niñas en mi pecho, y que como yo, aprendieron de lecciones imperecederas de la seguidora de mi vieja maestra. El encuentro. Ojos en los ojos y la conciencia de mi huida. "¿Cómo le ha ido, maestra querida?"(Sin un abrazo fuerte que hablara de cariño) ¡Cuánta lástima por la mentira! - "Bien"- Ni los ojos en los míos, ni los míos en los de ellas. Ni una palabra de reproche; solo el broche de las pupilas cerrando una ventana por donde se asomaron, por primera vez, a la grandeza de la vida.

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Encrucijadas de mi vida. Faltó el valor para hablar de cobardías. ¡Qué orfandad más terrible la de andar con la mirada escondida ! Por ello busco incesantemente un buen motivo nuevo para ganar alguna batalla aunque no justifique mi guerra perdida.

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¡Me sobra coraje por tanta cobardía!

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