miércoles, 7 de enero de 2009

El naufragio


Todo es nuevo: en las nobles ramas viejas
Nueva es la flor, las hojas, el rocío,
Y hasta el nido debajo de las tejas.
Solo el nido de antaño está vacío.

Henry W. Longfellow

Como náufrago en tierra es el desterrado; huérfano de Patria que es la más terrible de las orfandades.¡ Se quedó sin tierra donde vivir y morir ! ¡ Se quedó sin Patria para la cual vivir y morir ! Desheredados de la música de su lengua, plebeyos sin estirpe en tierras nuevas; extranjeros del sentir en cualquier andén; devorados por las hordas de la adaptación en la vorágine del sustento del diario vivir. Como todo náufrago luchando por llegar a la orilla, aunque distante se divise la orilla y como todo náufrago también, aferrados a la vida como un sueño, a pesar de que solo en sueños se convierta la vida; atrás las raíces, sus alegrías y viejas esperanzas, destierro de afectos y del cielo sin nubes como un ensueño en lontananza; y sobre el surco de las olas: las lágrimas, salobres suspiros que se juntarán con los mares y en remota añoranza llegarán a la desembocadura de un río olvidado, allí fundirán delta y quién sabe si endulzarán las piedras redondas del vado por donde se hunden otros pies cansados que soportan cuerpos de sueños colmados.
El náufrago cala en playa ajena, cubierto de algas enredadas en la cabellera y que le marcan el cuerpo como estigmas, cuerpo ya para siempre encadenado por las cuerdas invisibles del desconcierto. Ataduras invisibles que laceran la piel nueva en unos huesos viejos y como grilletes candentes le marcan el paso lento sobre calles desiertas. Sobreviviente de la furia de las olas que viene a morir asfixiado en las dunas de arena de la playa extranjera. Es un náufrago en tierra que no sabe qué espera, es un cuerpo de sal solidificada, transparente y tan frágil que no resiste el embate altanero de la roca cuando la ola de espuma lo arroja despiadadamente sobre aquella y entonces se rompe; deshecho cuerpo roto cuando a penas comenzaba a probar fuerzas y a tomar aliento; náufrago en tierra firme, descalzo de intentos y vestido con el coraje de los sueños, jirones vivos sobre su esqueleto; tímido marinero del trigo compitiendo con el Universo, levantando barricadas en la oscuridad y el silencio; llevando sobre la espalda las quemaduras del fuego del destierro, mientras suspira por los acentos de un mundo que propio, estrecho y entero, ha cambiado por sueños de otro mundo, amplio, más roto; pero sobre todo... ¡ ajeno ! Y se dice que ha llegado a puerto, comienza entonces el navegar hacia tierra adentro, con la llagas en el alma y la Patria distante dentro del pecho. Lleva el cielo como abrigo y los ojos puestos en algún incierto sueño que le restaure sus pérdidas, aunque a solas sus quejas naveguen en veleros blancos de sus pensamientos y con migajas de esfuerzo construya para su árbol un nido nuevo, aunque sabe que el suyo de antaño, ya para siempre estará vacío. La nostalgia del destierro le desgasta por dentro y se pierde en escaramuzas del recurrente recuerdo que le toma por asalto, dormido, y le recorre el cuerpo cuando, despierto, vacilante y ajeno, sabe que ha perdido su nido y su nombre no será otro que el de extranjero. Aunque pasen los años y en la batalla por llegar al cielo conquiste algún planeta nuevo;
amanecerá cada día con el sabor amargo entre los labios que le recordará que sigue siendo náufrago porque ha perdido su suelo en tierra firme; el sonido del mar bravío y violento le seguirá azotando el cuerpo, como aquel lejano día que sobre playas ajenas lo impulsó el viento y la espuma blanca le desdibujó la anatomía de su cuerpo. Una nodriza nueva estrenará sus pechos; y un náufrago viejo beberá de ellos.

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