martes, 17 de febrero de 2009

Instintos(VII)


Maka tiene sus buenos o malos momentos, que eso no puede decirlo quien viva fuera de la piel de un ave. Mi avecilla no tiene vuelo y es prisionera voluntaria; pero prisionera. No sé si se queda a mi lado porque me ama o porque desconoce la libertad.
Días hay en que se encierra en su soledad de ave; son días para su instinto y yo se lo respeto. No reconozco entonces la suavidad de su plumaje: erizada y en danza extraña y majestuosa, se cubre la cabeza con el ala y creo que sueña con el amor. (¿Cómo será el amor de las aves?) Su lenguaje se torna hechicero y desprende de su cuerpo un olor a monte que presagia el intento de alguna fuga. Entonces yo respeto su intimidad y me repliego, cubro su juego amoroso con una cortina de gasa azul para no presenciar sus devaneos en soledad.
Después todo pasa... se baña en el agua clara de su tina y lava su cuerpo y su sangre. Regresa del ensueño de sus amores imaginados y viene hasta mí convertida en la inocente avecilla que comparte conmigo caricias y ternura. Ahí le abro la puerta de la jaula amplia que es mi casa para que vuele hasta donde la conduzcan sus instintos; pero se aventura hasta el alero y pensativa o indecisa, (creo en ambas) da la espalda de sus plumas al sol y vuelve a refugiarse entre mis manos... Viene como de un baño de luz.

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