martes, 17 de febrero de 2009

Ausencia (X)


La ausencia tiene sabor amargo, se endulza a penas cuando esperamos que algún motivo nuevo ocupe el espacio y el vacío que queda, cuando se han marchado las ilusiones y renace la espera.
Maka estuvo ausente siete días. ¡Una semana! No fueron los siete días que estremecieron al mundo, fueron los siete siglos que estremecieron mi alma. Una ventana abierta era la invitación permanente para el regreso, era la señal haciendo luces para atraer las alas.
Sin mi cotorrita la tristeza se vistió de largo y se quedó sentada sin ir a la fiesta. No hay brindis para la ausencia, ni hay fiesta cuando un ave se aleja. Se gastaron mis ojos de buscarla en el vuelo de las aves pasajeras. Se gastaron mis zapatos detrás de sus huellas. Me lastimé descalza persiguiendo a mi estrella. Inútiles búsquedas que limitaron mis fuerzas; pero no la esperanza de que volviera y por eso, le dejé la ventana abierta.
Pensaba en mi avecilla bisoña en el vuelo, quién sabe azotada por cuánta inclemencia. ¿Qué rama de árbol ocuparía el lugar de su cesta de mimbre? ¿Qué hojas frías cubrirían su cuerpo? ¿De qué plato se alimentaría, si en el monte no hay mesa? ¿Cuántos peligros rondarían su inocencia?
Mi esperanza en el retorno se volvió incierta; pero la ventana abierta seguía señalando la ruta desde el cielo hasta la tierra y desde esta, hasta mi alma despierta... y me llenaba de fuerzas pensando que cuando la añoranza le lastimara el cuerpo, y el pecho... de seguro volvería para darme un beso.
Por las tardes, llenaba la ausencia de Maka contemplando el vuelo de las aves retozonas con el viento y miraba hacia arriba, bien hacia arriba... ¡hacia el cielo! pedía en secreto que mi avecilla volviera y por eso la ventana, seguía abierta.
Una ventana abierta para tu ausencia... ¡Regresa!

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